¿esperar a que sean las doce para otra vez empezar la cantinela del «córrase más adelante», etc.? Y cuando son chicos se les hace trabajar porque alguna vez serán gran¬des; y cuando son grandes, tienen que trabajar, porque si no ¡ Colón, infatigable en favor de la España, volvía por la tercera vez a América con designio de llegar hasta el Ecuador; pero las calmas y las corrientes le empeñaron entre la isla de Trinidad y la Costa Firme, y desembocando por las bocas de Drago descubrió toda la parte que hay donde este pequeño estrecho hasta la punta de Araya, y tuvo la gloria de ser el primer europeo que pisó el continente americano, que no lleva su nombre por una de aquellas vergonzosas condescendencias con que la indolente posteridad ha dejado confundir el mérito de la mayor parte de los hombres que la han engrandecido. Los desastres de la colonia francesa de Santo Domingo privaron de repente al comercio de la Europa de la mayor y más estimable porción del café de las Antillas, e hicieron emigrar a la Costa Firme el gusto y los conocimientos sobre tan importante cultivo.
Este monstruo, vomitado de las turbulencias del Perú, había bajado por el río Marañón con otros satélites y después de asolar la Margarita, pasó a la Borburata, y desde allí a Barquisimeto, señalando todos sus pasos con el exterminio y la desolación; hasta que al fin murió en esta ciudad a manos de aquel Paredes que había fundado a Trujillo, acreditando en sus últimos momentos la ferocidad que había distinguido todos los de su vida. No Arturo, este amor gigante, este sentimiento colosal que nos es dado sentirlo pero no comprenderlo ni esplicarlo, ha absorvido todo mi ser. Porque cuando son grandes se casan y ya no se acuerdan más del padre que les dio la vida (Co¬mo si ellos hubieran pedido antes de ser que les dieran la vida). Tres siglos de una fidelidad inalterable en todos los sucesos bastarían sin duda para acreditar la recíproca correspondencia que iba a hacer inseparables a un hemisferio de otro; pero las circunstancias reservaban a Venezuela la satisfacción de ser uno de los primeros países del Nuevo Mundo donde se oyó jurar espontánea y unánimemente odio eterno al tirano que quiso romper tan estrechos vínculos, y dar la última y más relevante prueba de lo convencidos que se hallan sus habitantes de que su tranquilidad y felicidad están vinculadas en mantener las relaciones a que ha debido la América entera su conservación y engrandecimiento por tantos siglos.
Y duermo. A las tres de la tarde, me levanto y salgo a ventilarme; luego, a las nueve, entro a la oficina y salgo a las dos. Dame la poesía de la noche y la melancolía del crepúsculo y un escolazo a las tres de la matina y una auténtica parrillada criolla a las cuatro horas. Es decir: tra¬bajo en unas horas en que casi nadie trabaja, que es como no trabajar. Los parientes, como es natural, han yugado siempre. Pero no; la bola no era grupo, el laburo tampoco era ataque de enajena¬ción, y los vecinos, después de carpetear durante una semana el caso, se lla¬maron a sosiego, y en la actualidad el fenómeno sigue intrigando únicamente a los parientes, que cuando se encuentran con el vago le espetan a boca de ja¬rro, como yo he tenido oportunidad de escuchar, la siguiente pregunta: -¿Así que trabajás? Numerosas personas pa¬saron de visita para informarse de si se trataba de un caso que entraba en los dominios del doctor Cabred, camisetas de futbol replicas o de si la noticia era una simple y fortuita bola que el azar había echado a correr por el pavimento de la ciudad. Tengo un amigo, Silvio Spaventa, que, sin grupo, es un caso digno de ob¬servación frenopática.
Puaquí no topamos agua en ninguna parte. Pero se acostum¬braron a ver que el otro no trabajaba, y ahora se asombran con el mismo asombro con que quedaría estupefacta una gallina de ver que el pollo, naci¬do de un huevo de pato, anda por el agua sin ahogarse. Desde allí mirábamos hervir las revolucionadas ondas, en cuyos crestones mojábanse los rayos en culebreo implacable, mientras que los barrancos ribereños se desprendían con sus colonias de monte virgen, levantando altísimas columnas de agua. Y estos hijos están deseando que «reviente» el padre para malgastar en un año de haraganería la fortuna que él acumuló en cincuenta de trabajo odioso, implacable, tacaño. Trabajo -me dice el amigo- de nueve a dos de la madrugada. A mí que me den un trabajo que no sea trabajo. Ahora bien; a mí lo que me revienta es el trabajo a horario, la recua, eso de levantarse a las siete de la mañana como todo el mundo, lavarme la cara de prepotencia, meterme en el subte repleto de fulanos ojerosos y ¡ ¬burar, pero, eso sí, que me dieran trabajo a mi gusto. Es de¬cir, a la hora en que todo el mundo entra al «feca» o apoliya.
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